La mente tiene la tendencia a pelear contra las cosas tal como son. Para seguir un camino con corazón, hemos de comprender completamente el proceso de hacer la guerra, dentro y fuera de nosotros, cómo se inicia y cómo termina.
Sin comprensión, nos pueden asustar con facilidad los fugaces cambios, las pérdidas inevitables, los fracasos, la inseguridad del envejecer y del morir. La incomprensión nos lleva a pelear con la vida, huyendo del dolor o aferrándonos a la seguridad y los placeres que, por naturaleza, nunca pueden satisfacernos realmente.
Nuestra lucha con la vida se expresa en cada dimensión de nuestra experiencia, interior y exterior. Guerreamos con nosotros mismos, con nuestras familias y comunidades, entre razas y naciones. Las guerras entre personas son un reflejo de nuestro propio conflicto interno y del miedo.
Achaan Chah, describe esta batalla sin fin:
Los seres humanos estamos constantemente en combate, en guerra, con el fin de huir del hecho de ser tan limitados, limitados por tantas circunstancias que no podemos controlar. Pero en lugar de escapar, seguimos creando sufrimiento, emprendiendo guerras con el bien, con el mal, con lo que es demasiado pequeño, con lo que es demasiado grande, con lo que es demasiado corto, con lo que es demasiado largo, con lo que es correcto o incorrecto, batallando, batallando sin tregua.
La sociedad abona nuestra tendencia mental a negar o reprimir nuestra consciencia de la realidad. Gastamos una energía enorme para rechazar nuestra inseguridad, luchar contra el dolor, la muerte y la pérdida, así como para ocultarnos de las verdades básicas del mundo natural y de nuestra propia naturaleza. ¿Cómo somos capaces de cerrarnos de un mundo tan tajante a las verdades de la existencia?
Usamos la negación para escapar a los pesares y dificultades de la vida. Para apoyar dicha negación, utilizamos adicciones. Nuestra sociedad es una sociedad adicta, adicta a las drogas, adicta al juego, comida, sexo, relaciones poco saludables, o a la velocidad y al trabajo. Y todas esas adicciones constituyen apegos repetitivos y compulsivos utilizados para eludir los sentimientos y negar las dificultades de nuestras vidas. Sirven estas adicciones para insensibilizarnos a lo que hay, para ayudarnos a eludir nuestra experiencia.
Una de nuestras adicciones más arraigadas es la adicción a la velocidad. La sociedad tecnológica nos empuja a aumentar el ritmo, el ritmo de todo, el ritmo de nuestra productividad, el ritmo de las comunicaciones, el ritmo de nuestras vidas.
En una sociedad que nos empuja a la velocidad y las adicciones y nos insensibiliza a la experiencia. En una sociedad de estas características, es casi imposible ubicar nuestros cuerpos o comunicarnos con nuestros corazones y menos aún comunicarnos, de verdad, los unos con los otros, en la tierra en que vivimos. Por el contrario, cada vez nos sentimos más aislados y solos, privados de la comunicación con los demás y de la red natural de la vida, generándonos una profunda soledad acompañada de una sensación de pobreza interior.
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